viernes, 10 de diciembre de 2010

VENGANZA

Una palabra grabada en mi mente, desde hace cientos de años. Era una época increíblemente maravillosa. Yo era un noble y adinerado terrateniente. Mis negocios eran fructíferos, y mi riqueza y popularidad iba en aumento año tras año. Sí, me hacía rico a consecuencia de engañar a la gente: documentos falsos, contratos falsos, palabras falsas… cualquier cosa me valía con tal de poseer más y más.

Vivía cómodamente, en mi mansión. Esta se situaba en lo alto de una colina, alzándose majestuosa, por encima de la vegetación. Quería que toda la ciudad la viera, que todos envidiaran mi imponente caserón. Me gustaba vivir ajeno al bullicio de las gentes. Dedicarme en completo silencio a mis negocios, y a mi gran pasión: la alquimia. Por ello, doté a mi morada de un aspecto tenebroso. No tuve que hacer mucho, ya que cuando la adquirí ya contaba con varias decenas de años de antigüedad. El sendero que llevaba hasta ella era oscuro y abrupto, difícil de recorrer. Un viejo cementerio se abría camino en los laterales, con viejas lápidas en las cuales estaban escritos los nombres de centenarios antiguos habitantes de la villa, ya putrefactos cadáveres.

Sí…

Eso era suficiente para pasar mis jornadas tranquilo, en soledad, lejos del mundanal ruido. Me volví más ambicioso. Tenía todo el dinero que podría desear nadie jamás. Pero no era suficiente. Mis inquietudes con mi gran pasión, la alquimia, me empujaron a experimentar.

Primero utilizaba cadáveres. Más tarde… ayudado por mis siervos a los que tenía esclavizados, comencé a adentrarme en la villa, las frías noches del crudo invierno. Disfrutaba con esa mezcla de sonidos: mi carruaje, el sonido de la tormenta, y los gritos de indefensos niños que, sin ningún tipo de pudor ni remordimiento, raptaba y llevaba a mi Viejo Caserón.

Experimentos, experimentos…

Los viejos libros de brujería que reposaban en mi centenaria biblioteca me indicaban los pasos a seguir. Posesión…brujería…despertar a los muertos…eran las inquietudes que tenía. Ya tenía todo el dinero que necesitaba, más del que necesitaba. Por lo tanto, el hastío y aburrimiento me hizo, quizá, perder un poco la cabeza.

Pronto, la muchedumbre comenzó a hablar. Se oía que en el Viejo Caserón de lo alto de la colina, el amo de la casa experimentaba con niños…sus niños. Los habitantes de la villa dejaron atrás sus miedos, y emprendieron el camino hacia mi vivienda, hacia mi finca…provistos de antorchas, horcas y todo tipo de instrumentos de labranza que pretendían usar, a modo de arma, contra mi persona y mis pertenencias. Querían acabar con todo aquello: mis ambiciones, mi pasión, mi vida…

Malditos lugareños!!!! Personas sin inteligencia, pobres ignorantes!!

Me encontraba realizando uno de mis experimentos cuando no me percataba de que mi imponente Caserón estaba ya ardiendo, pasto de las llamas de las antorchas que aquellos intrusos llevaban consigo. No quise abandonar mi Viejo Caserón. Antes de perecer, realicé mi último conjuro. Lo probé conmigo mismo. La inmortalidad. Eso sí, juré venganza. Una venganza que sería terrible. Mi ira sería implacable con todos ellos, sus familias, y todo aquél mortal que se atreviera a molestarme de nuevo.

Siglos más tarde, encontré un lugar donde asentarme. Se trataba de una zona con vegetación, situada en medio de una moderna ciudad. Habían pasado siglos…era todo tan distinto… ruido, mucho ruido, modernidades…pero necesitaba un sitio donde seguir con mis conjuros y experimentos sin ser molestado. No era el Viejo Caserón que poseía, ni mucho menos. Pero se parecía bastante. En todos estos años, descubrí las fórmulas para crear distintos seres del más allá y hacerlos míos, actuando a mi voluntad. Hoy, "viven" conmigo. Y juro que acabaremos con todo mortal que se atreva a molestarnos. Su muerte será lenta y horrible…

¿Acaso vosotros osaréis perturbar nuestra tranquilidad?

En ese caso, os estaremos esperando…

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