jueves, 9 de diciembre de 2010

EL PASAJE DEL TERROR: lo más fuerte del momento

"Ir acompañado de ocho o diez personas desconocidas no parecía ser de gran ayuda. Estaban tan asustados como yo, si no más. Nos dijeron que golpeásemos la puerta tres veces. El chirrido de los goznes me produjo el primer escalofrío. Me arrimé a un tipo fuerte que iba a mi lado y procuré no mirar al repugnante jorobado de sonrisa mellada que nos invita a entrar. Yo no quería, pero ya era demasiado tarde.

No sé cómo, el grupo se volvió a formar. La verdad, creo que faltaba alguien, pero no podría asegurarlo. Nos encontramos en una especie de cueva infecta, maloliente, cuyo aplastante silencio se rompió con un terrible sonido de hierro golpeando hierro. Cuando fuimos acostumbrándonos a la oscuridad contemplamos con horror que nos encontrábamos frente al mismísimo Frankenstein, sujeto con cadenas, tras unos poderosos barrotes. Corrimos hacia adelante, atropellándonos, sin piedad los unos de los otros. Pero, de nuevo, los últimos no pudieron salir de la cueva antes de que el asqueroso ser consiguiese arrancar los barrotes. La histeria, entonces, fue general. Y la oscuridad. Y el miedo.

Me apoyé en un nicho intentando recuperar el aliento. La cara de terror del compañero más próximo me heló la sangre. Me volví lentamente y por centímetros pude esquivar purulentas garras de un ser no muerto cuyos ojos brillaban como carbones encendidos. A tropezones, empujando como pude, corrí por una angosta galería. Una chica gritó y se desplomó, blanca como la cal. Al fondo, un reflejo de luz mortecina se reflejó en los colmillos de una monstruosa criatura que avanzaba hacia nosotros con paso vacilante. Creí morir de terror y no me importó pisar a un compañero caído. Me lastimé en la mano y alguien me apretó el brazo. Una jovencita presa de un pánico nunca visto.

Dentro la oscuridad era casi absoluta. Nos agrupamos casi involuntariamente, buscando valor los unos en los otros. Los primeros no se atrevían a avanzar y los últimos empujaban aterrados ante los ruidos que se oían a la espalda. A mí, menos mal, me pilló en medio.

Un sonido espeluznante, una especie de trueno, nos hizo, literalmente botar. La cabeza del pelotón avanzó unos pocos pasos y el primer grito que rasgó esa maldita oscuridad que casi podía mascarse me dejó clavado en el suelo. A base de empujones me sentí transportado, como en volandas, sin atreverme a abrir los ojos."

Extracto del texto de S. Rubio de 1989,
cuando se abrió en Madrid
el "Pasaje del Terror"
(hoy "El Viejo Caserón")


El montaje del "Caserón" es lento y complicado. La iluminación es esencial para causar esa sensación de misterio y terror. El sonido lo mismo, todo tiene que estar acompasado, en su punto justo. Además, hay que montar sistemas de seguridad, como puertas de emergencia, pintura ignífuga y demás.

La idea del Pasaje del Terror viene de un argentino, Fernando Quenard, que fundó el primero en Buenos Aires y en Mar del Plata. A España llegó primero a Bilbao, Santander, Salou y Madrid, para más tarde seguir expandiéndose.

Para montar el espectáculo se necesitan 25 personas, veinte de las cuales son actores que se eligen a base de pruebas en la Escuela de Arte Dramático o en la de Doblaje. Algunos llevan desde el principio aquí. Su actuación, básicamente, siempre es la misma, aunque suelen improvisar. Claro, sin pasarse, porque es peligroso. Nunca sabes qué persona te vas a encontrar.

Las máscaras que utilizamos son caras y complicadas de conseguir.Hay que pedirlas de importación. Tardas en maquillarte media hora, más o menos, y este maquillaje tiene que ir acorde con la luz y el ambiente de cada cuadro. Un mal maquillaje te lo puede echar todo abajo. Hay reacciones de todo tipo. Gente que se desmaya, que se queda parada, sin moverse, incapaz de ir adelante o hacia atrás. Cuando llegas y tratas de ayudarlos, a veces reaccionan mal y se lían a tortas. También hay gente que se ríe y pasa de todo e incluso chicas que piropean a Drácula o a Fredy...

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