Durante gran parte del siglo XVI, Igor fue el alguacil jefe. Él se encargaba de detener a los “pecadores” y de conducirlos a los calabozos. Pero el sadismo de Igor iba mucho más allá: sentía un gran interés por torturar a los reclusos, y de las maneras más horribles. Se dice, incluso, que desarrolló la curvatura de su espalda, su “chepa”, a consecuencia de pasar largas horas agachado, arrancando lentamente las uñas de los pies de sus pobres víctimas. Igor les advertía; si gritaban demasiado, les arrancaría la lengua, cosa que por otro lado hacía en multitud de ocasiones. A menudo, los propios monjes caían desmayados ante la atroz visión de las torturas de Igor, el cuál no tenía escrúpulos en torturar a ancianos, mujeres, incluso niños.
Igor perdió la poca cordura que tenía, e incluso apresó a varios monjes para torturarlos, acto que no pasó desapercibido y desencadenó la ejecución del alguacil. Esta ejecución no fue fácil, ya que ningún monje se atrevía a realizarla. Igor maldecía, y repetía que volvería del más allá para terminar de ajusticiar a quien le diera muerte.
Años más tarde, unos monjes bajaron a la sala de torturas, alertados por los gritos de verdadero terror de muchos reclusos que allí se encontraban. Se encontraron a los presos encadenados, como era normal. Pero también encontraros a varios monjes asesinados salvajemente, con las entrañas fuera. Curiosamente…todos tenían las uñas de los pies arrancadas.
Yo necesitaba a alguien de esas características que cuidara mis espaldas. Un siervo fiel y sin piedad, sin sentimientos. Por eso traje a Igor a mi Viejo Caserón.
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